Tuve que ser distinto a cada paso
-o parecerlo-
para que tenga algún sentido lo vivido.
Y aunque sienta en el alma que me quejo
sé que tantas cosas piadosas me pasaron
que muchas de las letras que he dejado
-y que lloraban-
eran letras ciegas ofuscadas
por fugaces incordios de la vida.
Aquel niño que jugaba en la alegría
o el hombre que en disfraces de poeta
también reía cuando no lloraba,
se igualan hoy en las mismas vibraciones
que produce Dios cuando lo sienten.
Y llegando al final de la fatiga
viendo otras huellas que caminan
sobre las mías ya gastadas…
-siguiéndolas siempre con cariño
cuidando de cubrir sus desaciertos-
siento que lo que era discordante
encuentra su sentido.
Que
avanza sin tocar el suelo
y lo
lleva a cambiarse y vestirse de vida
arropando
al amor para entibiar
el alma
entregada ya al descanso.
Publicado en mi libro "De la espera a lo esperado". 2011
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